Algunas personas suelen afirmar que son ‘optimistas’. Dicen, por ejemplo, que siempre le ponen ‘al mal tiempo, buena cara’. Otras, tildan a varios de ser ‘pesimistas’. Y aconsejan: ‘ponele onda’.
¿Es tan así? ¿Es optimista el que siempre espera lo mejor, aún cuando esté a punto de caer? ¿Y es realmente pesimista el que, por ejemplo, expresa sus dudas de que algo vaya a funcionar bien?
En rigor, el optimismo no consiste en creer o auto convencerse de ‘que todo va a salir bien’ o que se va a lograr tal o cual cosa. Sencillamente, es imposible. Nunca, ‘ni todo ni siempre’ sale bien.
Por eso, el optimismo no tiene tanto que ver con ‘esperar ciegamente’ que se cumpla algún anhelo. Más bien, se trata de crear las condiciones para que eso suceda.
En otras palabras, la persona optimista tiene los pies sobre la tierra y espera que algo deseado se cumpla porque sabe que se está esforzando para ello, porque es consciente de que está creando las condiciones.
Se esfuerza a cada momento por alcanzar lo que desea. Por eso es optimista, y mantiene la esperanza (rasgo característico del optimismo). Pero también sabe que, a pesar del esfuerzo, puede no conseguirlo. Por eso es realista.
Un ejemplo.
Si alguien dijera: “Soy optimista. Tengo mucha fe. Tengo seguridad de que algún día las cosas mejorarán entre mi pareja y yo” pero no hace de su parte nada para que ello suceda, más que optimista sería una persona idealista o ingenua.
Más adecuado sería que primero se pregunte “¿Qué podría hacer yo para renovar mi relación con la persona que amo?”. Luego, ya con las respuestas obtenidas, poner “manos a la obra”.
Es decir, poner el esfuerzo, de una manera constante y serena, para dar pequeños pasos concretos, cada día, que puedan contribuir a mejorar la relación entre los dos. De ese modo, la esperanza brota y el sano optimismo comienza a impregnar la vida.
Walt Disney dijo: “Siempre me gusta ver el lado optimista de la vida, pero soy lo suficientemente realista como para saber que la vida es un asunto complejo.”
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