Una sugerencia sencilla para controlar el estrés, guarda relación con la práctica de algunas virtudes singulares, como la ‘generosidad’ y la ‘hospitalidad’.
¿De qué se trata?
La generosidad, en cuanto acto individual dentro de las posibilidades de cada cual, implica dar algo (cosas, recursos materiales o económicos, tiempo, etc.) sin esperar nada a cambio. La hospitalidad, habitualmente y en cuanto disposición noble de acoger, compartir, o festejar, con amabilidad y gozo, a invitados o extraños, puede ser considerada como una versión especialmente social y familiar de la generosidad individual.
Puede parecer extraño pero el ejercicio de ambas cualidades contribuyen positiva y directamente al equilibrio de la dimensión emocional de cada uno de nosotros.
La fundamentación antropológica de lo afirmado se sustenta en el hecho de que las personas (todos nosotros), para su supervivencia y calidad de vida, necesitan siempre de la interacción social y de alguna forma de colaboración de los demás, toda vez que nadie podría subsistir sin los otros, por una parte; y, por lo mismo, de retribuir lo recibido según los oficios y posibilidades de cada uno, por otra.
El estrés, al revelar la cara hostil y agresiva de la realidad en general y del comportamiento social en particular, induce al afectado a cultivar el vicio de mirar casi siempre a su entorno como algo desagradable y peligroso, indigno de ser favorecido por alguna cosa positiva de su parte, por lo que tiende a encerrarse en sí mismo y –cuando más- en su familia como medida de protección; a la vez que, cuando mucho, procura sólo para él y su grupo la consecución de algunos beneficios naturales de la vida en sociedad.
Dicho de otro modo, puede esperar algo de otros pero sin aportarles casi nada.
La consecuencia natural de dicho comportamiento, al prolongarse en el tiempo, se traduce en un desequilibrio entre el dar y el recibir, implicados esencialmente en la vida social, lo cual –paradójicamente- lo vuelve más vulnerable al estrés, toda vez que lo priva –incluso- de la expectativa necesaria de mitigar sus dolencias y trastornos, y de reconquistar el confort saludable, ya que en su mente cree contar, para todo ello, sólo consigo mismo y eventualmente su familia.
Desde esta perspectiva, despertar la capacidad de ayudar, colaborar o compartir con los demás, o de entregar gratuitamente parte del tiempo o recursos disponibles a otros, además de constituir en si mismos hechos virtuosos, agradables y vivificadores (más allá del grado de conciencia que se pudiera tener), hacen las veces de un recordatorio sereno pero contundente del equilibrio que se ha perdido, al tiempo que propician la posibilidad de cambiar la forma un tanto angustiosa, pesimista y depresiva, de enfocar y valorar la propia realidad, la de su entorno y la de la sociedad.
En síntesis, la decisión virtuosa de practicar la generosidad y la hospitalidad constituye, por su propia dinámica, un factor multiplicador de la fortaleza necesaria para afrontar las situaciones de tensión potencialmente estresantes.
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