Hace unos días y entre varias otras, he recibido –por parte de una presunta alumna mexicana participante del curso ‘Facilitador para el Control del Estrés’, -que he diseñado y está disponible para todo aquel que le interese en AulaFacil.com- una consulta que amerita su publicación en esta página.
¿El tema general de la consulta? Algunas inquietudes sobre el dolor físico producido por el estrés.
¿La pregunta específica (en realidad, una opinión crítica)? La sintetizo de esta manera: Sostiene que sobre “El tema de estrés y dolor” me he quedado “muy corto en la explicación” y que a ella (a la alumna en cuestión) le agradaría que se enmarcara (se considerasen) las patologías en las que el dolor genera calma o placer; y cómo neurobiológicamente se logra dar alguna explicación.
Mi respuesta fue la siguiente:
Silvia:
Agradezco tu consulta y, aunque la respuesta es compleja, trataré de ser lo más breve posible.
Antes que nada, te recuerdo que la descripción de algunas formas de dolor que se mencionan en el curso como detonantes de algún grado de estrés, corresponden a experiencias ordinarias y comunes (sufrimiento prolongado durante una convalecencia, dolores crónicos (fibromialgias), contracturas o espasmos de origen nervioso, etc.
Por su puesto, se podrían agregar muchos otros ejemplos. Dolores, por ejemplo, asociados a un simple problema de muelas; a la experiencia de quienes padecen problemas de próstata; a los que padecen de artrosis o cálculos de calcio en los riñones. En realidad, como dicta el sentido común, la lista es infinita.
En cuanto a tu pregunta, es cierto que algunas formas de dolor pueden provocar experiencias relativamente gratificantes, durante el transcurso mismo del proceso que genera el dolor; o -más frecuentemente- finalizado dicho proceso.
Te pongo un ejemplo: una chica que practica intensa y apasionadamente danza clásica durante varias horas a la semana, suele asombrarse al descubrir, finalizada la práctica y una vez que se quitó las vendas de los pies, que tiene los dedos ensangrentados.
Mientras ensayaba, no sintió ninguna molestia sino sólo la adrenalina y la euforia que brotan de la certeza y “el gusto” de superar sus propios límites al perfeccionar sus movimientos.
Sólo varios minutos después, comenzó a sentir el dolor (algo intenso) y algunas molestias asociadas al mismo: algo de fiebre, renguera, algunos temores (no sabe si podrá concurrir a la próxima práctica), etc.
¿Qué sucedió? ¿Por qué no sólo no sintió dolor en el preciso momento en que se estaba lesionando los dedos, sino que –por el contrario- su experiencia personal -en ese mismo momento- solo era de gratificación, libertad, placer y salud?
1. Frente a cualquier forma de dolor, el sistema nervioso central libera endorfinas (neuro-péptidos; pequeñas cadenas proteicas) que –entre otras cosas- atenúan hasta cierto punto la percepción del dolor.
Al atenuar o bloquear el dolor, habitualmente producen euforia, y actúan de un modo similar al que funcionan algunos opiáceos (como los analgésicos comunes o la morfina).
2. Además, en cualquier actividad física exigente y/o pasional, el cerebro genera otros neuro transmisores, como la Anandamida o araquidonoiletanolamida, cuyos efectos psicoactivos son similares a los de la planta Cannabis (de cuyas flores y resinas se extrae la marihuana).
Así, la Anandamida realiza varias actividades importantes, algunas relativas a la memoria, y otras actuando en sensaciones tales como la del hambre, los patrones de sueño y “el alivio del dolor”.
3. Ahora bien: llegados a este punto, cabe hacer una diferenciación absolutamente necesaria: de una manera muy genérica, las experiencias de dolor se pueden agrupar en dos categorías:
a) Los dolores y sufrimientos NO queridos, NO esperados y que EXCLUYEN todo tipo de gratificación en curso, o posterior a la actividad o estado en el que alguien se encuentra;
b) Los dolores y sufrimientos SÍ queridos, SÍ esperados (al menos inconscientemente) y que IMPLICAN algún tipo de gratificación en curso, o posterior a la actividad o estado en el que alguien se encuentra.
En el curso de Facilitador para el Control del Estrés me he referido a la primera categoría, por su alto potencial estresante.
En cuanto a la segunda categoría (como el de la chica de danza clásica, o una relación sexual intensa que pueda provocar dolor aunque “estándar”, o un deporte extremo, u otras prácticas extrañamente singulares (como el Sadismo -conducta sexual por la que se consigue placer sexual proporcionando dolor físico o psicológico-; el Masoquismo –infringirse dolor físico para alcanzar alguna forma de satisfacción, entre ellas el sexual-; y tantas otras), debe decirse que el cerebro, igualmente, actúa como en lo descripto en los puntos (1) y (2), buscando siempre atenuar el dolor.
Sin embargo, debe tenerse en cuenta que:
-En general, la capacidad del cerebro para generar estos “calmantes naturales”, es limitada y muchas veces insuficiente. Por eso se recurre a los medicamentos adecuados prescriptos por el clínico.
-En la segunda categoría, se escoge el dolor como un medio de satisfacción. Sin embargo, ese dolor, en cuanto tal, es como un “mensaje” del cerebro que avisa que hay una lesión de por medio (o puede haberla), que atenta contra la integralidad y supervivencia del individuo.
En efecto, la actividad neuronal humana en su conjunto, nos avisa constantemente de hechos o situaciones que potencialmente pueden hacer peligrar o extinguir la vida.
El “mensaje” de la fiebre, nos alerta de una posible infección; el “mensaje” del temor al transitar muy cerca de un precipicio, nos advierte de los múltiples peligros a los que nos exponemos, y nos induce a tomar una distancia prudente.
El “mensaje” de temblequeos espontáneos, nos pueden alertan tanto de situaciones cuya peligrosidad o identidad desconocemos; por lo que podemos sentir miedo, nervios, angustia o ansiedad; como también de situaciones muy agradables emocionalmente, que nos hace sentirnos felices y a gusto.
En fin. Estas ilustraciones persiguen el solo objeto de clarificar una experiencia básica del ser humano: toda cosa que sentimos, percibimos o padecemos, en algún sentido constituyen “mensajes” del cerebro, orientados a preservar nuestra calidad y continuidad de vida.
Por último, a mi juicio, es una falacia suponer que los dolores de la segunda categoría tienen cierto velo de bondad. Como se dijo, el dolor advierte de que algo anda mal. El dolor nunca indica que algo anda bien.
La única diferencia, al menos en mi experiencia, es que ciertas prácticas urbanas -que en su momento pudieron incluir sistemáticamente al dolor en una zona específica del cuerpo como medio para una satisfacción- finalmente, con el paso de los años, casi siempre se convierten en una afección real, objetiva y prolongada, que debe ser tratada clínicamente.
Espero te hayan servido de algo estas líneas.
Un saludo.
Walter E. Eckart
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