miércoles, 15 de abril de 2020

Conoce cómo funciona tu mente inconsciente
Segunda Entrega
La Atemporalidad dinámica

En la entrega anterior, se ha propuesto una característica inicial de la actividad o praxis inconsciente en cada uno de nosotros. Se presentó un rasgo crucial que caracteriza al quehacer inconsciente referido al lenguaje: el único “lenguaje” que entiende… es el de la imagen.


En esta segunda entrega, se ofrece otro aspecto singular de esa misma actividad, referida a la noción de eso que -en términos lógicos y psicológicos- llamamos “tiempo”; es una noción o concepto que alude a una suerte de capacidad que nos permite distinguir, desde nuestro “presente”, tanto “el pasado” como “el futuro”.

Sin embargo, en la esfera inconsciente, como se verá, la tríada “pasado, presente y futuro”, se reduce sólo a uno de sus componentes: el presente.

LA ATEMPORALIDAD DINÁMICA

En el inconsciente, todo ocurre a la manera de un continuo presente, aunque dinámico. Sencillamente, desconoce el concepto racional de ‘pasado’ o ‘futuro’, por lo cual se dice, entonces, que una de sus características es la ‘atemporalidad’.

Pero tal carácter ‘atemporal’, no implica preasumir ninguna forma de pasividad perceptiva o reactiva, inherente a la naturaleza operativa del inconsciente. Tal vez por esto, sería más adecuado sustituir el concepto de ‘atemporalidad’ por el de ‘atemporalidad dinámica’.

Dicho de otro modo, para la mente inconsciente, todo se desarrolla en un ‘permanente ahora’, pero aún en ese permanente ahora, es capaz de recibir y procesar millones de impulsos eléctricos, resultantes de la actividad neuronal; convertirlos en una imagen; y elaborar una acción o respuesta, que siempre (más tarde o más temprano) detonará y producirá algún efecto en los procesos neuropsíquicos, neurobiológicos o somáticos del organismo, más allá de que tal respuesta aflore (o no) en la esfera consciente.

Por ejemplo, las imágenes publicitarias comerciales, estáticas o dinámicas, que escapan al campo visual central de una persona (que es donde se focaliza la atención consciente), son ‘percibidas’, de todos modos, por su visión periférica y se anidan en la esfera inconsciente, pudiéndose provocar desde allí -durante semanas, meses o años- ‘una reacción’ dirigida a estimular e incitar al individuo, a comprar una determinada marca o producto.

Seguramente, estas afirmaciones relativas a la dinámica del inconsciente, repugnen al sentido común y generen varios interrogantes, como por ejemplo:

¿No es, acaso, una contradicción intrínseca, que un proceso (como la percepción y la reacción), que supone ‘per natura’ las tres dimensiones (pasado, presente y futuro) de la noción esencial de eso que llamamos ‘tiempo’, sólo ocurra en una de ellas, como ser, el ahora, el presente?

¿Cómo sería posible, que el ‘presente’, que sólo existe bajo la condición necesaria de estar vinculado, en términos relativos y de razón, a las nociones de pasado y futuro, pueda -aparentemente- desprenderse de estos dos últimos (pasado y futuro), a la vez que los absorbe e incorpora, como dimensiones concomitantes de su propio atributo, permitiendo así, supuestamente y hacia adelante, los procesos de percepción y reacción?

Más allá de estas preguntas (y similares posibles); y antes de proponer una explicación satisfactoria sobre la atemporalidad dinámica del inconsciente, recuérdese dos aspectos relacionados: 1) que el tiempo, tal como lo conocemos, es experimentado por el ser humano en un solo sentido; a la manera en que el humo, que sale de un cigarrillo, nunca regresa a el; y si -utópicamente- lo hiciera, nunca sería bajo las mismas condiciones ni en el mismo instante; y 2) el tiempo, en cuanto distinción racional respecto de cualquier otra cosa, expresa -en realidad- sólo un aspecto de una dimensión compleja: la del espacio-tiempo.

Yendo a lo concreto, y considerando las preguntas meramente ilustrativas propuestas más arriba, con el solo objeto de bosquejar el extenso abanico de eventuales controversias intelectuales que tal singularidad del inconsciente pueda generar (su atemporalidad dinámica), conviene en esta parte proponer una explicación satisfactoria sobre tal característica, en plena sintonía conceptual con lo ya explicado, en el capítulo precedente, acerca de la naturaleza de la mente humana.

En este marco, debe señalarse un primer aspecto relevante: la temporalidad no es una dimensión absolutamente necesaria para “la existencia y duración de todas y cada una de las formas en las que el ser se manifiesta y es”.

Dicho en sencillo, una cosa es que algo exista y dure, y otra -totalmente distinta- es que tal existencia y duración deba realizarse necesariamente en el tiempo, tal y como lo concebimos.

Intentemos ahora, una ilustración tradicional, aunque solo parcialmente adecuada para el tema del que aquí se trata. Tomemos, por ejemplo, el caso de los millones de personas que profesan alguna religión; y consideremos, al mismo tiempo, el amplio universo de quienes reniegan de toda posibilidad sobre la existencia de alguna entidad trascendente, como en el caso de los ateos.

Así, un creyente no tiene inconveniente en aceptar, no solo que Dios existe y dura, prescindiendo de la dimensión espacio temporal, sino -además- que desde su atemporalidad (eternidad) interviene en la historia terrenal y concreta de la humanidad.

A la par, pensemos en una persona atea que, con la sola condición de ser intelectualmente honesta, aceptase voluntariamente hacer el ejercicio de reflexionar -en términos estrictamente hipotéticos- acerca de la duración de Dios. Probablemente, llegaría a la misma conclusión que el creyente, por su simple discurrir racional, aun cuando -en su vida concreta- disienta completamente con el creyente sobre la existencia de Dios.

¿Aporta algo esta ilustración para entender la atemporalidad dinámica del inconsciente humano?

Sí, toda vez que ‘es propio y aceptable que las cosas tangibles y visibles (como, por ejemplo, alguna sección o parte del cerebro) sean cuantificables, y medidas en categorías espacio temporales; pero no corresponde pretender, que la existencia y duración de lo invisible e intangible (como el consciente, el inconsciente o la propia mente, en términos genéricos), sean sometidas arbitrariamente a las mismas comprobaciones que se aplican a las cosas físicas o a los procesos que estas generan’, como los procesos físicos químicos y demás.

Por ejemplo, el cirujano puede tener en sus manos una porción de cualquier cerebro de una persona fallecida; puede calcular sus dimensiones, determinar su peso, examinar algún desorden en su morfología, y varias otras cosas. Pero, como resulta obvio, no puede hacer lo mismo con el inconsciente (ni con ninguna dimensión de la mente humana), precisamente por su invisibilidad, intangibilidad y atemporalidad.

A lo sumo, con la asistencia de un profesional adecuado (como un neurólogo) y tomando como objeto de estudio a un individuo vivo, podrá identificar y verificar, en alguna zona craneal específica, alguna actividad asociada a la dinámica inconsciente, como por ejemplo, las variaciones de las frecuencias cerebrales de la persona, bajo ciertas condiciones preestablecidas según el fin que persiguiera.

Así, la atemporalidad dinámica, es un atributo que deviene de la propia naturaleza de alguna cosa, (en este caso, de la mente humana), que al no ser tangible, visible ni cuantificable, sólo se sabe de su existencia por algún rastro que deja o una actividad que realiza, y que son constatables por algún método; aunque de tales rastros y actividad no se tenga explicación suficiente sobre su origen primario; por lo que sólo se podrá describirlos, como sucede, por ejemplo, con el concepto de inteligencia.

Ahora bien: más allá de estas consideraciones, que pueden resultar tediosas y complicadas, se propone otra ilustración sobre la atemporalidad dinámica del inconsciente, tomando -en concreto- la percepción subjetiva del tiempo durante el acto de soñar, que se produce cada vez que dormimos.
En efecto, cuando dormimos siempre soñamos, aunque no siempre lo recordemos.

En rigor, no interesa aquí explicar las fases del sueño, o la relación entre las funciones fisiológicas del sueño y sus contenidos; o detallar las funciones psicológicas implicadas.

Basta, a los fines del ejemplo, recordar que ‘soñar’ es una actividad mental inconsciente, que se distingue por imaginar situaciones muy vívidas; tan vívidas que, en ocasiones, al durmiente le puede parecer que está despierto; y que lo que sueña le está sucediendo realmente.

Así, todos tenemos experiencias de qué imaginamos y qué sentimos cuando soñamos.

Sabemos, también, que un sueño, más allá de las imágenes vívidas, nos puede resultar confuso, contradictorio, o incongruente en cuanto a la trama, o a los espacios en los que nos vemos situados.

Pero, aún así, somos capaces de distinguir cierta sucesión o secuencia de los eventos soñados, como si fueran una historia. Somos capaces de decir, por ejemplo, que -mientras soñábamos- ‘primero’ estábamos en tal lugar, y que ‘después’ nos encontrábamos en otro distinto; o que al principio era de día, y luego ya había caído la noche.

En este marco, las historias que subjetivamente percibimos al soñar, en muchos casos nos pueden parecer largas y hasta interminables.

Sin embargo, lo más probable es que la duración de tales historias, varíe sólo entre algunos segundos y unos pocos minutos de reloj, si un tercero monitorease con instrumental adecuado la duración del sueño.

Entonces ¿Cuál es, en definitiva, la duración cierta de una historia durante el sueño? ¿La del durmiente, que sueña y percibe una historia de horas o días; o la del tercero que monitorea, que determina una duración de segundos o minutos?

Esta ilustración, aunque insuficiente, sirve para darnos una idea sobre la atemporalidad dinámica del inconsciente, toda vez que pone de manifiesto el carácter esencialmente relativo de la noción de tiempo.

Dicho de otro modo, puede medirse con instrumental la actividad del inconsciente, sólo cuando dicha actividad ya ha provocado variaciones en la dinámica neuronal en algunas regiones del cerebro.

Pero no es posible determinar la duración de lo que sucede en el inconsciente, en la etapa previa y detonante de tal alteración neuronal que -como se dijo- sí es constatable por instrumental.

De esta singularidad, se infiere y afirma entonces, la atemporalidad dinámica del inconsciente humano.

Freud, lo sintetiza del siguiente modo: ‘Los procesos del sistema Inconsciente se hallan fuera del tiempo, esto es, no aparecen ordenados cronológicamente, no sufren modificación ninguna por el transcurso del tiempo y carecen de toda relación con él’.

Walter E. Eckart ©

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