El principio de ‘no contradicción´ es un postulado de la lógica clásica que, en esencia, sostiene que no es posible que algo ‘sea’ y ‘no sea’ al mismo tiempo y en el mismo sentido.
Por ejemplo, no es posible que ‘llueva’ y ‘no llueva’ al mismo tiempo y en el mismo lugar; o que una misma pared sea totalmente de color celeste y totalmente de color blanco al mismo tiempo; o que una verdura, en el mismo instante, esté completamente cruda a la vez que está completamente hervida.
Sin embargo, no sucede así con la actividad primaria del inconsciente, ya que este no reconoce el concepto lógico del ‘no’, por lo que -especialmente a partir de Freud- se entiende y reconoce que la mente inconsciente está regida por otros parámetros, ajenos a la lógica clásica.
Aunque no es objeto de este escrito ahondar en el tema, cabe igual referenciar que, desde principios del siglo XX particularmente, se han desarrollado sistemas lógicos alternativos (como los polivalentes y paraconsistente) que cuestionan el enunciado principio de ‘no contradicción’ y ofrecen alternativas diferentes que involucran matices entre ‘lo verdadero’ y lo ‘falso’.
Como sea, en lo que concierne al inconsciente, debe decirse que ‘la ausencia del principio de no contradicción’ en su actividad, sintoniza y es congruente con las otras características ya descriptas: un único lenguaje que entiende (el de la imagen); y millones de estímulos que percibe y respuestas que realiza, por fuera de los parámetros temporales, tal y como los entendemos habitualmente.
Ahora bien. ¿Cómo explicar esta singularidad?
Sobre esto, debe decirse que una respuesta consistente deviene de considerar el cúmulo exorbitante de información anidado en el inconsciente, a lo largo de la vida de una persona, donde situaciones aparentemente contradictorias fueron previamente captadas por el consciente, en momentos diferentes, antes de anidarse respectivamente en el inconsciente.
Por ejemplo, supongamos la siguiente proposición:
-Mi perro, me agrada.
-Mi perro, no me agrada.
Si nos quedamos sólo y literalmente con las dos afirmaciones, pareciera que es imposible que ambas sean verdaderas al mismo tiempo. Correcto. Pero hay que recordar que la consideración del tiempo es propio del consciente. En el mundo del inconsciente, por el contrario y como ya se dijo, rige la atemporalidad dinámica.
Más aún. Dichas afirmaciones, en la vida real y concreta de una persona, nunca podrían ser dichas al mismo tiempo y, por lo mismo, responderían siempre a contextos diferentes.
En el primer caso, por ejemplo (mi perro, me agrada), supongamos que corresponde a un momento consciente en que la mascota se mostró ante su dueño como tierna y cariñosa. En el inconsciente, ese evento llegó a modo de una imagen que se anidó en él, sin ningún tipo de cuestionamientos ni evaluaciones.
En el segundo caso (mi perro, no me agrada), imaginemos que corresponde a un momento consciente diferente, en que la mascota se manifiesta como agresiva y malhumorada. También aquí, ese evento llegó a modo de una imagen al inconsciente y se anidó en él, nuevamente sin ningún tipo de cuestionamientos ni evaluaciones.
Así, si nos preguntáramos qué denotan ambas imágenes guardadas en el inconsciente, comprenderíamos fácilmente que ambas reflejan contenidos contradictorios. Sin embargo, conviven y permanecen sin más, sin que se aplique el principio de no contradicción.
Llegados a este punto, conviene disipar una posible duda: ¿Habría, entonces, una suerte de identificación entre memoria e inconsciente?
La pregunta se sustenta en el hecho fáctico de que, en la vida concreta y consciente, somos capaces de memorizar (y luego recordar) situaciones antagónicas sin conflictos conceptuales.
Sobre esto, debe decirse que la respuesta a tal interrogante amerita algunas consideraciones.
Por una parte, la memoria está vinculada a la conciencia, y nos permite recordar a voluntad determinados hechos, situaciones o emociones. Por ejemplo, el alumno que estudia y memoriza el contenido de una materia sobre la que debe rendir examen.
Por otra, y principalmente, está vinculada al inconsciente. En este caso, no tenemos la capacidad de recordar, en sentido estricto, ninguna cosa a voluntad; y -menos aún- no somos ni siquiera capaces de ‘sospechar’ el volumen de eventos o emociones que hemos memorizado a lo largo de nuestras vidas.
En este marco, debe decirse que memoria e inconsciente no se identifican, ni en su entidad ni es su funcionalidad. Más bien, y desde un enfoque neuropsicológico, la memoria –tal y como se la entiende habitualmente- podría conceptualizarse como la función cognitiva que nos permite almacenar contenidos en nuestra mente, previo proceso inconsciente de codificación de la información sensorial, aun cuando ésta fuera de carácter subliminal.
Desde esta perspectiva, la mayoría de las asociaciones, hechos y aprendizajes, que almacenamos en nuestra memoria no sólo que no son conscientes, “sino que son la ´resultante´ de la actividad del inconsciente”.
Walter E. Eckart ©
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