Lo consciente y lo inconsciente. Son dos mundos muy diferentes, cada cual con sus propias características y reglas; cada cual con sus propias dinámicas.
Son diferentes, pero no están separados. Lo consciente y lo inconsciente, interactúan a niveles esenciales, conformando las dos dimensiones singulares de eso que llamamos “mente”.
En más o en menos, todos conocemos como “funcionamos” conscientemente.
Sabemos qué significa “ser consciente”. Sabemos, por ejemplo, que cada decisión que tomamos, trae alguna consecuencia. Somos conscientes, también, que tenemos la facultad de planificar nuestras vidas, nuestra economía, nuestro estilo familiar, etc. Sabemos que dos más dos es cuatro, como también que una cosa es la fantasía y otra la realidad.
Sabemos que nos expresamos por el leguaje y los gestos. Sabemos que, frente a cualquier cosa que nos pase, podemos diferenciar un “antes” y un “después”.
Y así, una infinidad de ejemplos más que podríamos nombrar.
Pero… nuestra actividad inconsciente, la otra cara de la misma moneda, ¿Funciona también así?...
En realidad… no. La actividad o praxis inconsciente funciona de otra manera.
Para esta primera entrega, tomemos una primera característica específica del inconsciente: su lenguaje. Veamos.
El Lenguaje del Inconsciente Humano
El único lenguaje que entiende el inconsciente es el de la imagen, de un modo similar (aunque con variantes y terminologías diferentes) al propuesto por los exponentes de la filosofía aristotélica tomista, cuando se refieren a la ‘especie expresa’.
Sin bien en la actualidad se utilizan también otros términos o expresiones para describir el lenguaje primario del inconsciente, como por ejemplo el de ‘lenguaje simbólico’, se utilizará para este escrito, sencillamente por razones pedagógicas, preferentemente el vocablo ‘imagen’.
Y en concreto, esto significa que toda experiencia sensorial, todo aquello que es captado por los sentidos y procesado por las funciones cognitivas, finalmente terminan en el inconsciente humano como una idea, concepto o imagen, que le permite entender y distinguir -por ejemplo- que una silla es eso y no otra cosa distinta, a pesar de la infinidad de modelos, tamaños y colores, con que las sillas existen en la realidad.
En la misma línea, mientras que en la mente consciente los procesos lógicos nos permiten distinguir las singularidades de una misma cosa en expresiones diferentes (como detectar y comparar, por ejemplo, las diferencias y similitudes entre dos plantas de naranjas), en el inconsciente las imágenes que se conforman sólo expresan la esencia de cada una de esas dos plantas; es decir, simplemente dos plantas diferentes de una misma especie. No razona, no compara, no juzga, no diferencia. Sólo acepta ambas imágenes diferentes, aunque estas sean relativas y congruentes con una misma esencia nueva o ya aprendida.
Hasta aquí, he mencionado el modo en que el inconsciente humano aprende y cuál es su lenguaje. Esa es una cara de la moneda. La otra, es cómo actúa, como responde, y cómo se relaciona con la mente consciente.
Tomemos un ejemplo. Frente a un conjunto de objetos, el ojo humano percibe millones de estímulos, resultantes de las formas de esos objetos, su locación espacio temporal y sus colores; más allá de que, en realidad, un objeto no tiene, ‘per se’, un determinado color, sino que sólo refleja las longitudes de onda de la luz, y es el cerebro humano, en su dimensión inconsciente, el que los procesa e interpreta como colores.
No es objeto de este apartado, describir el proceso sensoneuronal que involucra desde el comportamiento de la córnea, hasta la retina (la capa de células nerviosas situada en el fondo del ojo), pasando por la pupila y el cristalino.
Interesa, más bien, ilustrar el proceso global que se da en la esfera inconsciente, para describir cómo luego, dicho proceso, aflora en la conciencia, en un instante y bajo la modalidad de una forma o imagen definitiva.
Así, sobre el ejemplo citado, debe decirse que: a) Los millones de impulsos eléctricos que estimulan al ojo humano, son -finalmente- seleccionados, interpretados, armonizados y sintetizados, por el inconsciente; b) Los procesos de selección, interpretación y síntesis, implican un tiempo mínimo (pero tiempo al fin) de trabajo del inconsciente, no percibido por la mente consciente; c) La síntesis final es la que aflora en la conciencia, en virtud de la cual podemos decir, por ejemplo, que lo que estamos viendo “es un vaso azul, dispuesto en una mesa”; d) Sin embargo, lo que aparentemente vemos en tiempo real es, en realidad, una percepción afectada por un ‘delay’ mínimo (microsegundos), fruto del tiempo requerido por el inconsciente para realizar el proceso descrito.
Ahora bien. Tomemos otro evento. Supongamos, por ejemplo, que una persona observa, en forma completa, un accidente de tránsito, impactante y sangriento, en el que está involucrado un familiar.
La percepción consciente de las imágenes del accidente en sí, se dará en los términos antes descriptos; es decir, antes de que las imágenes de la tragedia afloren en la consciencia, el inconsciente seleccionará, interpretará y sintetizará, ‘todos y cada uno’ de los aspectos del siniestro observado por la persona.
Pero no lo hará de una manera global, como podría ocurrir con una filmación del suceso realizada por parte de un observador neutral.
Por el contrario, realizará -y hasta terminarlos- múltiples procesos paralelos e individuales, de cada uno de los componentes de la dramática escena (cada color, cada forma y parte del vehículo; el estado de las víctimas, cada posición corporal, cada movimiento, cada aroma relacionada al evento, cada variable espacio temporal del suceso. En suma, cada detalle cuyo estímulo resultase más relevante –en ese momento- a la percepción inconsciente, quedando en una suerte de ‘segundo plano’ los procesos relativos al resto de la información menos relevante, como por ejemplo, el lejano ladrido de un perro.
Y recién entonces, cuando hayan terminados ‘todos y cada uno de los procesos individuales’, se conformará la imagen final que luego se hará consciente (en este ejemplo, en la persona protagonista), con más las somatizaciones y experiencias subjetivas primarias, congruentes con dicha imagen, como podría ser, por ejemplo, desvanecimiento, aumento de la tensión arterial, taquicardia, transpiración, dolor, lágrimas, estupor, gesticulaciones, gritos, etc.
Ahora bien. Con el paso de las horas, días, meses o años, puede que la persona apenas recuerde el trágico accidente, y todo haya quedado allí.
Sin embargo, también es posible y probable (y de ello dan cuenta las consultas psicológica o psiquiátricas) que el día mismo del evento, no todo haya aflorado en su consciencia, como la profundidad y densidad del trauma que realmente vivió la persona. Eso quedó, por la activación de ciertos mecanismos de defensa, entre otras cosas, en la esfera inconsciente.
Si tal fuera el caso, se estaría frente a un cuadro de estrés post traumático (TEPT) que, más temprano o más tarde, producirá en la persona efectos incomprensibles, producidos por la dinámica propia del inconsciente, en el cual, -ese día y desde ese día- , quedaron ‘grabados’, a modo de imágenes individuales, la totalidad de los detalles de la tragedia, juntos a otros aspectos conexos a la escena, de los cuales, en su momento, solo unos pocos conformaron la imagen del accidente que “vio” la persona al momento de los hechos.
Así, pues, puede que el profundo impacto de lo ocurrido haya producido que su memoria retentiva se “alargue” en el tiempo por años, y la persona pueda recordar aquel hecho durante mucho tiempo, aunque cada vez con menos precisión y de un modo más difuso.
Sin embargo, en su esfera inconsciente, todas y cada una las imágenes seguirán totalmente activas, a la manera de un continuo presente, pero sin aflorar en la consciencia; aunque en algún momento y por diversos mecanismos, comenzarán a manifestarse de formas diferentes, y sin ninguna aparente relación con los hechos de aquel día.
Desde alucinaciones hasta ataques de pánico, pasando por niveles notorios de ansiedad, irascibilidad, sobresaltos exagerados, cambios conductuales en su vida familiar, social, o laboral.
Además, en la medida en que no sea tratada, se volverá más vulnerable al desarrollo de otras afecciones, no sólo psiquiátricas o psicoemocionales (como ideas suicidas, tendencia a sustancias nocivas, depresión o conductas autolesivas, por citar), sino –incluso y más frecuentes- a patología orgánicas, de cualquier tipo y en cualquier momento. Por ejemplo, repentinos cuadros alérgicos, mareos, dolores crónicos, problemas cardiorrespiratorios, infecciosos, digestivos, dermatológicos, ACV, infartos, cáncer, etc.
En este sentido, esta característica de la mente inconsciente, cuyo lenguaje esencial es el de la imagen, tanto en la percepción de estímulos como en su respuesta, lleva a una conclusión asombrosa, en lo relativo a las funciones neuro psíquicas y neuro biológicas del cerebro: todo impulso eléctrico del cerebro, de ‘ida o de vuelta’ tiene, en última instancia, una imagen detonante, proveniente del mundo inconsciente.
Dicho de otro modo y en términos relativamente alegóricos, ‘el inconsciente escucha y habla’, siempre en términos de imagen, aunque ello se traduzca, en impulsos eléctricos que pueden afectar la psiquis humana, su dimensión psicoemocional, o provocar afecciones orgánicas concretas y tangibles, como las mencionadas más arriba.
Una ilustración.
Supongamos cien fichas de dominó, alineadas correctamente. Al caer la primera, provoca una reacción en cadena, hasta que se derrumba la última.
Las últimas fichas en caer, corresponderían a la sintomatología de una afección. Por ejemplo, la fiebre.
Las anteriores a estas, explicarían la causa próxima. Por ejemplo, una infección.
Se podría seguir recorriendo la cadena hacia atrás, para explicar -por decir- qué patógeno ha producido la infección, qué condiciones inmunológicas permitieron el ingreso del mismo al organismo; y así sucesivamente.
Sin embargo, los cierto es que en algún punto de la cadena, es posible que ya no se encuentre explicación alguna.
Sobre esto, siguiendo el ejemplo, puede decirse que –en muchos casos- la explicación última; la primera ficha en caer, corresponderá a ‘una acción o respuesta del inconsciente humano, no saludable para la persona’.
Ejemplo. La caída anormal del cabello, en principio, puede obedecer a una multitud de causas (genéticas, febriles, infecciosas, quirúrgicas, hormonales, farmacológicas, alimentarias, etc.); y el médico especialista, buscará un diagnóstico presuntivo a través de preguntas específicas al paciente, relativas al modo en que cuida su cabello, los productos que utiliza, las características de su dieta, la situación emocional en la que se encuentra, y otras tantas.
Incluso, le podrá indicar una serie de estudios, como exámenes de sangre para descartar una enfermedad, un examen microscópico de un cabello arrancado, una biopsia de piel del cuero cabelludo, y demás.
Pero ¿Qué sucedería si todo resultase normal (respuestas verbales apropiadas y eventuales estudios con resultados usuales), a excepción de un posible estrés emocional intenso, manifestado a medias y entre líneas por el paciente?
Lo más probable sería que el especialista derive al paciente a otro profesional, como por ejemplo, a un psicólogo, sospechando que la persona esté “un tanto estresada”.
En tal caso, las sesiones terapéuticas de índole psicológicas, desde el momento que permiten al paciente expresarse sobre sus aflicciones emocionales (a la manera de una catarsis), y le brindan pautas para superar las barreras que le impiden llevar una vida saludable, y modificar conductas para manejar el estrés de forma eficaz; suelen resultar ser un instrumento valioso y exitoso para la salud de la persona.
Sin embargo, no siempre se alcanzan estos resultados. Y es que, por una parte, ‘la clave para el manejo del estrés es identificar y modificar aquellas conductas que lo causan’, aun cuando realizar estos cambios puedan representar un desafío importante.
Pero, por otra, el estrés no sólo es la resultante de conductas cotidianas inapropiadas o perjudiciales para la salud. Es -también- fundamentalmente y en última instancia, la consecuencia de ‘una acción o respuesta del inconsciente humano, no saludable para la persona, detonada por una imagen o conjunto de ellas, anidadas en el’, como ya se dijo más arriba, que puede tener implicaciones adversas e importantes para la salud, incluyendo, principalmente, la fragilidad progresiva del sistema inmunológico, entre otras varias.
Walter E. Eckart ©
Excelente - Gracias
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