domingo, 5 de abril de 2020

Estrés y Pandemia

A partir de Diciembre de 2019, el mundo entero -gradualmente aunque a una velocidad casi geométrica- primero se anotició, luego se asombró y desconcertó, después se asustó y, finalmente, comenzó a tomar medidas preventivas frente a algo desconocido: la pandemia del Coronavirus.

Las primeras noticias de China, luego las de Italia, España, Alemania, EE.UU. y tantos otros países, transmitían -al unísono- un solo mensaje de base: “Cuidado, sabemos poco de los que pasa. Por lo pronto, más nos vale no subestimar este fenómeno global… parece conveniente que nos comencemos a cuidar“.
A principios de Marzo, la OMS calificó como “pandemia” al brote del nuevo Coronavirus, a través de su director, Tedros Adhanom Ghebreyesus. Y al hacerlo, la conciencia colectiva mundial (salvo excepciones) en sus diversas expresiones (políticas, económicas, sanitarias y domésticas) acusó recibo, y emergió una conciencia más ponderativa de lo que estaba sucediendo, y -en más o en menos- brotaron centenas de medidas y orientaciones, destinadas tanto a la prevención como al tratamiento de los infectados.

A medida que la propagación del virus avanzaba, comenzaron las recomendaciones y sugerencias iniciales. “Lavate las manos, toma distancia de los otros, higieniza tu casa, etc.”. Después, llegaron las cuarentenas obligatorias, en diversas modalidades e intensidad, según el criterio de los respectivos gobiernos. “Quedate en tu casa, no salgas, mantené las medidas de higiene…”

A la par, decenas de eruditos comenzaron a experimentar con diversos fármacos con la esperanza de encontrar una “vacuna”, o algo que se le parezca: Trump había propuesto la hidroxicloroquina, porque retrasa la replicación del virus a nivel intracelular. Otros, creyeron que esto era viable y que tendría mayor efectividad si la hidroxicloroquina iba acompañada por una dosis de zinc.

Otros tantos, enfocaron el tema desde otra perspectiva: tal vez -supusieron- fuese conveniente utilizar un medicamento antiparasitario, denominado “Ivermectin”, disponible en todo el mundo. Claro, aclaraban, que aún restaban hacer las pruebas en seres humanos.

En cualquier caso, junto al aumento de infectados y muertos, también fue en aumento la confusión y la desorientación. Ni los gobiernos, ni los científicos, tenían una claridad aceptable sobre “qué hacer” y sobre “cómo hacerlo”.

Y por lo que parece, acentuaron las directivas de “quédate en tu casa…cuida a tus mayores… que esos es la mejor vacuna”.

Sin embargo, en todo este dramático embrollo, hubo (y hay) demasiados silencios. Nadie salió a difundir, por ejemplo, cuál es la mejor alimentación saludable para robustecer el sistema inmunológico. Tampoco, pareciera, nadie (o casi nadie) se percató de la incidencia decisiva del estrés, “en una vida en cuarentena” y sus repercusiones en el sistema inmunológico (nuestro sistema de defensa).

En otras palabras, un sistema inmunológico elevado, reduce drásticamente las posibilidades de muerte de un paciente que contrajo la enfermedad Covid-19.

Es lamentable… Las cuarentenas estresan. Y el estrés socava el sistema inmunológico. Lo razonable sería que, más allá de una cuarentena; más allá de las recomendaciones de higiene y distancia (que están muy bien); lo razonable (como dije) sería que -además- se recomendara una ingesta saludable con el objeto de revitalizar el sistema inmune, y que –al mismo tiempo- se dé pautas a la población acerca de cómo transcurrir una cuarentena desde una calidad de vida aceptable. En otras palabras, se trata de enseñar cómo preservar la dimensión placentera del vivir cotidiano.

Es como decir, “haz gimnasia, hace comidas gratificante y disfrutalas, no renuncies a la interacción social, aunque sea a través de un celular. Comunicate. Expresá lo que sentís. Escuchá lo que otros sienten. Dales tu punto de vista, etc.

La actividad (o praxis inconsciente) se rige por varias prioridades. Por ejemplo, la primera es la preservación de la vida. Y la segunda, el fortalecimiento de la calidad de vida (la dimensión placentera del mismo hecho de vivir).

Desde la psicología (y afines), bien se podría brindar pautas para contrarrestar el estrés y sus derivados; por ejemplo, la disminución del sistema inmune, perder toda gratificación durante el transcurrir de cada día, la alteración del sueño etc.

Es probable que, que de perdurar estos silencios terapéuticos, muchas personas tiendan en un futuro cercano, a cuadros relativos de depresión, de fatiga crónica, de diversas formas de amnesia (como resultante de la actividad de un hipocampo sometido a condiciones estrésica) e, incluso, a considerar la posibilidad del suicidio…

Creo que psicólogos y psiquiatras, no pueden negar su aporte frente a esta pandemia….

Walter E. Eckart

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